Consejos para adaptarse al cambio de hora.

Dos veces al año, tenemos que hacer el cambio de hora. El último domingo de octubre entramos en el horario de invierno y a finales de marzo, en cambio, adelantamos el reloj para ponernos en horario de verano, de esta forma adaptamos nuestros horarios a la luz solar y así consumir menos energía.

La idea, que no ha dejado de suscitar interminables debates, no es nueva. En el siglo XIX ya se planteó y a principios del siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial, ya se puso en marcha, con la idea de ahorrar carbón, la principal energía en aquel momento. La medida se volvió a retomar el año 1981. Los primeros años este cambio se hacía a finales de septiembre y desde 1996 se estableció que fuera en octubre. Se hace en Europa y en buena parte del resto del mundo. Aunque no todos los países lo aplican el mismo día.

La medida tiene sus defensores y detractores, algunas de sus ventajas e inconvenientes son las siguientes:

VENTAJAS:

  • Incremento en la economía:

Al haber más horas de luz, la gente pasa más tiempo al aire libre y produce un mayor consumo en diferentes establecimientos. Por este mismo motivo, el país recibe un aumento del sector turístico.

  • Mejor estado de ánimo:

Más tiempo de luz significa una mayor exposición al sol, que supone más vitamina D, y por lo tanto, una disminución del riesgo de padecer depresión. Además, más horas de sol invita a pasar más tiempo fuera de casa, lo que previene la aparición de hábitos sedentarios.

INCONVENIENTES:

Si a partir de marzo mantuviéramos el horario de invierno, amanecería a las 5 de la mañana desde mayo en algunas localidades de España y si mantuviéramos el horario de verano, en ciertos meses del año, el amanecer se produciría hacia las 10 de la mañana en otros lugares del país. En cualquiera de los dos casos, produciría un desajuste que afectaría más a unas localidades en un huso horario, y a otras en otro.

Además, cambiar de horario dos veces al año puede tener consecuencias muy negativas para la salud, entre ellas existe la probabilidad de:

  • Alteración del equilibrio hormonal.
  • Favorece los trastornos del sueño, aumenta la somnolencia y la dificultad de concentración y rendimiento.
  • Problemas cardiovasculares.
  • Causa irritabilidad, mareos, fatiga…

Estas alteraciones tienen una mayor repercusión en niños y ancianos por ser los que tienen una rutina más marcada. Provoca un desequilibrio del reloj interno, problemas para conciliar el sueño, y por ende, una mayor fatiga.

Si eres de aquellos a los que les afecta de forma negativa, te proponemos estas medidas que pueden ayudarte:

  1. No cambies bruscamente. Adelanta la hora de acostarte quince minutos cada día y levántate un poco más pronto. Si lo haces poco a poco a lo largo de una semana, el cambio será casi imperceptible. Puedes aplicar la misma regla con el horario de las comidas.
  2. No compenses el cansancio con siestas. Si lo haces, sobre todo si no estaba en tu hábito dormir siesta, alteras aún más tu reloj interno.
  3. Aprovecha las tardes. Ahora que los días empiezan a ser más largos, aprovecha las tardes para pasear.
  4. Haz ejercicio. El movimiento activa nuestro cuerpo. Pese a que pueda parecer contradictorio, el ejercicio físico te dará energía para poder llegar en mejores condiciones al final del día.
  5. Mantén los mismos horarios de comidas, aunque tengas menos hambre.
  6. Procura hacer cenas ligeras y al menos dos horas antes de acostarte.
  7. Evitar la automedicación. En caso de tener un insomnio acusado y persistente, hay que consultar siempre con el médico antes de acudir a medicamentos y somníferos para poder afrontar el problema de forma correcta.

 

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